
La curiosidad por hacer el árbol genealógico familiar nos llevó a una investigación con mucha ilusión y, a la vez, con alguna dosis de intriga. Empezamos contactando con los registros civiles y juzgados para recibir la información de las partidas de nacimiento que necesitábamos. Estos documentos contienen los datos del bebé y de los padres, de los abuelos paternos y maternos y, lo más importante, su lugar de nacimiento.
Una de las principales intrigas familiares era el apellido Asencio. "La primera con S, la segunda con C"- repetían tantas y tantas veces la madre y las tías. Pero pronto salimos de dudas. La investigación nos llevó a la conclusión de que tanto Asensio como Asencio provienen del latín “ascensión”. Mi abuelo era de Hondon de las Nieves, un pueblo de Alicante, y uno de los lugares donde es habitual ese apellido.
Y así fue cómo, buscando información del árbol genealógico, nos enteramos sobre el origen de los apellidos. En la antigüedad no había apellidos. Si nos fijamos en la Biblia, los personajes se conocían por sus nombres (Moisés, José, María, Jesús, Juan, Pablo, Pedro, Mateo). Los hijos de los judíos, cuando ponían nombre a sus hijos, añadían el sufijo “Ben” que significa hijo de, como por ejemplo, Isaac ben Abraham (Isaac hijo de Abraham). Del mismo modo, los musulmanes añadían su sufijo Ibn o Bin, por ejemplo Ali Bin Mohamed (Ali, hijo de Mohamed).
En la península Ibérica, las diferentes culturas que pasaron por allí, como la visigoda, la musulmana, o la judía, dejaron su huella onomástica en los pueblos donde vivieron. Los apellidos terminados en “ez” –hijo de- son una seña de identidad de la península. Por eso, si tu apellido es Martínez es porque algún antepasado era hijo de un Martín; Rodríguez, hijo de Rodrigo; y así sucesivamente.
A los nombres se añadieron otros recursos para distinguir entre dos personas que se llamaban igual. Si vivía cerca del valle, o de la montaña, lo añadían al nombre. Así surgieron los llamados apellidos topónimos, como Arroyo, Canales, Costa, Cuevas, Prado, Peña, Rivera, correspondiente a un accidente geográfico, o Ávila, Catalán, Gallego, Medina, Toledo, que provienen de una ciudad; Fuentes, Iglesias, Puente, Palacios, Torres si vivían cerca de alguna pieza arquitectónica; los relacionados con la flora y la fauna, como Naranjo, Manzano, Cordero, Lince; los que corresponden a oficios antiguos, como Criado, Herrero, Labrador, Monje, Pastor, Vaquero; los relacionados con el físico de la persona o carácter, como Rubio, Moreno, Delgado, Calvo, Alegre, Bravo, Cortés; o, incluso, por su estado civil, como Soltero o Casado.
También existía la casuística de los niños y niñas que eran entregados a los conventos oa las iglesias bien porque se quedaban huérfanos o porque sus familias no tenían recursos para mantenerlos, como De la Iglesia, Juan de Dios, De María, Expósito y Constancia .
En Europa también encontramos sufijos de otros idiomas, como por ejemplo: sueño, Mac o ni. Así, Johnson es hijo de John en inglés, MacArthur, es hijo de Arhur en escocés y Martini es hijo de Martín en Italiano.
La importancia de nuestros orígenes reflejados en un apellido no obedece sólo a la inquietud o curiosidad de marcar chinchetas en un mapa, sino que nos permite saber por qué somos cómo somos y qué impronta queremos dejar a los que vendrán.